domingo, 19 de agosto de 2012

CERO ELÉCTRICO

Un relato de 260 palabras

Estoy triste. No es ya la sensación del tibio viaje en metro. Estoicos madrileños. Ni el dardo del zigzag del pulso vacilante del metrero. Ni esos chirridos secos. Ni esa anciana atrapada entre tanto momento de inercia traicionero. En el síndrome existencial de un funcionario de las catacumbas.

Ni esos viejos pasillos desconchados. Siempre en perpetuo arreglo. Desgajados. Que tantas reflexiones y tropiezos, desganas, ascos, singladuras, sueños, etilias y despojos, miedos... compartieron conmigo y aún siguen compartiendo.

Ni esos largos pasadizos tan ajenos que paso de puntillas. Que recorro encogido entre cuerpos de azabache. Ebúrneos. Impertérritos. Dédalos imposibles, colonizados por charcos de colores hilerados, veteados de irisaciones y reflejos. Apretados. Repletos de sorpresas esquinadas. De ojos profundos. De ofertas de silencio.

Ni ese regreso lento y pesaroso cuando ya cae la tarde, cuando todos se van o se están yendo. En vieja soledad. En mi sudor obrero. No. No es eso. Estoy triste porque cuando acaba el viaje subterráneo, y subo las escaleras y asomo al pavimento, veo árboles polvorientos, aceras levantadas, socavones inmensos, y esa máquina sorda extendiendo el asfalto a un lado del trayecto.

No hay taxis, ni niños, ni guiñoles, ni mendigos, ni palomas, ni mirlos, ni soldados, ni viejos, ni sonrisas, ni sueños. Ni ningún bar abierto donde comprar tabaco.

Ni el sol encuentra donde tomarse un buen refresco. Es agosto. Estoy solo y sediento. La luna sin alma, entre dos luces, se hunde en el cemento. Y cuando llego a casa y enciendo el aire acondicionado siempre se va la luz en todo el barrio.


Narciuß
12.10.1995
Relatos por palabras