Conmigo
Un relato de 479 palabras
Ego, mei, mihi, me, me
Me levanté
con un atasco de palabras de consideración, desayuné dos proverbios bastante
sustantivos del acerbo de mi abuela, cogí mi cuaderno de hipérbatones y mi
breviario de expresiones matutinas, me despedí de mi complemento circunstancial
con el cariño elíptico habitual, y salí a todo trapo por la frase de en medio,
casi entre paréntesis, aunque seguía preguntándome alternativamente a mí mismo:
¿Yo soy yo y mis palabras, o soy mis palabras y yo?
Un
adverbio rozó mi laringe y, desgajado por pura mecánica palatal en modo
adverbial, fue a parar, envuelto en un sucio y espeso morfema derivativo, a la
acera de la oración, resbalándose en él una impensable conjunción disyuntiva
que imploró a dios por aquel fortuito evento canónigo en voz pasiva, primero
refleja y luego perifrástica.
Pasé el
control rutinario de la primera forma verbal conjugada, y luego, tras tomar un
desvío preposicional para evitar con cierta flexión la elipsis de un sintagma
nominal entre comillas que siempre me cierra el paso con su sufijo posesivo, y
aún con la evidencia de que ni el género ni el número iban a estar léxicalmente
determinados, empecé a planificar mi estructura argumental.
¿Qué soy
yo? ¿Un pronombre posesivo tónico, puesto que me pertenezco, o un simple
adjetivo átono que me posee? ¿O soy simplemente una anáfora, una aliteración
reiterativa…, una onomatopeya de mis sentidos, un vacío formal que flota en el
aire…?
¡¡ONOMATOPLAF!!
Lo sabía.
Había acabado chocando frontalmente contra un control rutinario de la Academia. ¡Iba tan abstraído
pensando en mis categorías vacías…!
‘Lo siento’, balbucí.
‘No se
preocupe’, me contestó el agente paciente. Un
elemento bastante caleidoscópico que se me antojaba a la vez expreso,
por su concreción, y complementario, por su retórica difusa. Sobre todo cuando,
por decir algo, le mostré mi sintaxis impersonal:
‘Nieva… y
es miércoles’.
Mi frase
no admitía sujeto, y él lo sabía. Se lo habían enseñado en el curso de Guarda-palabras.
Así que me contestó paciente, sonriente e integrador:
Me llamo
Sujeto, ¿y usted?
Estaba en
un espacio plano, convencional, prácticamente vacío de palabras… En el que
aquel sujeto llamado Sujeto flotaba simplemente. Y entonces comprendí que me
había salido del discurso de la filosofía gramatical y había entrado en un área
de descanso de la disertación lingüística y que tendría que permanecer allí
hasta la nueva edición del diccionario. Y que durante una temporada me iba a
tener que conformar con la oración simple y olvidarme de mis juegos de palabras.
Que iba a tener que enfrentarme a la gramática básica, pura y dura. Y volver a
conjugar el presente de indicativo. Así que, intentando formular un nuevo
espacio cognoscitivo a la potencialidad emergente de aquel sujeto presente de estructura
profunda llamado Sujeto, le contesté copulativo, con verbo insinuado y
dirigiendo mi mirada hacia su complemento directo:
Yo soy
Tácito, pero mis prefijos me llaman Besito de Coco.
Narciuß
Narciuß
27.01.2010
Relatos por palabras