jueves, 22 de agosto de 2013

MECUM

Conmigo
Un relato de 479 palabras
Ego, mei, mihi, me, me
Me levanté con un atasco de palabras de consideración, desayuné dos proverbios bastante sustantivos del acerbo de mi abuela, cogí mi cuaderno de hipérbatones y mi breviario de expresiones matutinas, me despedí de mi complemento circunstancial con el cariño elíptico habitual, y salí a todo trapo por la frase de en medio, casi entre paréntesis, aunque seguía preguntándome alternativamente a mí mismo: ¿Yo soy yo y mis palabras, o soy mis palabras y yo?

Un adverbio rozó mi laringe y, desgajado por pura mecánica palatal en modo adverbial, fue a parar, envuelto en un sucio y espeso morfema derivativo, a la acera de la oración, resbalándose en él una impensable conjunción disyuntiva que imploró a dios por aquel fortuito evento canónigo en voz pasiva, primero refleja y luego perifrástica.

Pasé el control rutinario de la primera forma verbal conjugada, y luego, tras tomar un desvío preposicional para evitar con cierta flexión la elipsis de un sintagma nominal entre comillas que siempre me cierra el paso con su sufijo posesivo, y aún con la evidencia de que ni el género ni el número iban a estar léxicalmente determinados, empecé a planificar mi estructura argumental.

¿Qué soy yo? ¿Un pronombre posesivo tónico, puesto que me pertenezco, o un simple adjetivo átono que me posee? ¿O soy simplemente una anáfora, una aliteración reiterativa…, una onomatopeya de mis sentidos, un vacío formal que flota en el aire…?

¡¡ONOMATOPLAF!!

Lo sabía. Había acabado chocando frontalmente contra un control rutinario de la Academia. ¡Iba tan abstraído pensando en mis categorías vacías…!

 ‘Lo siento’, balbucí.
‘No se preocupe’, me contestó el agente paciente. Un  elemento bastante caleidoscópico que se me antojaba a la vez expreso, por su concreción, y complementario, por su retórica difusa. Sobre todo cuando, por decir algo, le mostré mi sintaxis impersonal:
‘Nieva… y es miércoles’.

Mi frase no admitía sujeto, y él lo sabía. Se lo habían enseñado en el curso de Guarda-palabras. Así que me contestó paciente, sonriente e integrador:

Me llamo Sujeto, ¿y usted?

Estaba en un espacio plano, convencional, prácticamente vacío de palabras… En el que aquel sujeto llamado Sujeto flotaba simplemente. Y entonces comprendí que me había salido del discurso de la filosofía gramatical y había entrado en un área de descanso de la disertación lingüística y que tendría que permanecer allí hasta la nueva edición del diccionario. Y que durante una temporada me iba a tener que conformar con la oración simple y olvidarme de mis juegos de palabras. Que iba a tener que enfrentarme a la gramática básica, pura y dura. Y volver a conjugar el presente de indicativo. Así que, intentando formular un nuevo espacio cognoscitivo a la potencialidad emergente de aquel sujeto presente de estructura profunda llamado Sujeto, le contesté copulativo, con verbo insinuado y dirigiendo mi mirada hacia su complemento directo:

Yo soy Tácito, pero mis prefijos me llaman Besito de Coco.

Narciuß
27.01.2010
Relatos por palabras

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