jueves, 31 de mayo de 2012

LAS PALABRAS

Un relato de 434 palabras

Cada vez que me enfrento a las palabras riño con ellas. Me balanceo entre ellas. Amaso sus dudas. Las aliño. Las sobo. Las intuyo. Quiero comprender sus titubeos. Sus paradojas… Su mensaje. Su todo o su nada. Me esfuerzo en darles forma. Amago el credo de sus letras. Lo ingiero. Lo como. Lo mastico. Lo contemplo… Lo bebo en otras bocas. Lo poseo…

Las propuestas son mías. Las conozco. Sé cómo son… Las siento… Pero las palabras me contemplan. Me inquietan. Esquivan mis ideas. Me conocen. Conocen mis preguntas. Mis trazos. Mis requiebros. Mis fantasmas. Mis deseos… Las rutas de mis fábulas. De mis narraciones. Y me ponen barreras. Se ríen de mis escenas. De mis hallazgos. Con su guasa. Su absurdo. Me esconden el remanso. El trazo contenido. Estético. Correcto. Descomponen el nudo de mis párrafos. Rompen el desenlace de la historia…  Se resisten al final evidente. Al final verdadero…

Ayer, por ejemplo, fui a la Academia a intentar registrar varios neologismos adverbiales que uso frecuentemente y las palabras oficiales, cuando se enteraron, se pusieron muy nerviosas. Pensaban que con mi presencia alguna de ellas sería investigada por su mal hacer. Por su falta de concreción… Y cerraron filas frente a mí. No pude ni rellenar el impreso de solicitud. Nadie parecía entenderme… Y esta es la realidad: las palabras no me quieren. Desconfían de mí. Del destino que les doy. No les gusta el papel que les toca desempeñar en mis expresiones. En mis diálogos… No se reconocen a sí mismas…

Y cada día que pasa me encuentro más cansado. Más desmoralizado. Sigo intentado enfrentarme a sus engaños porque no quiero enajenar mis conclusiones. Ni mis argumentos. Porque quiero escribir lo que percibo. Lo que conozco. Lo que comprendo… Quiero acuñar mis oraciones. Encadenarlas… Acabar el relato… con mis palabras. Sudando junto a ellas… Pero es imposible. En mis manos sólo quedan sus huecos. Sus agujeros. Infinitos. Elegantes. Vacíos. Y sólo es el azar quien me sostiene. Quien vigila mis frases. Las defiende. Quien acaba escribiendo el final de cada historia…

Y aquí estoy. En el casino de las palabras. Voy a jugar a la ruleta el final de este relato. He colocado todas mis fichas en el número 11… Igual que tú… Quiero apostar contigo, Guillermina… Gira la bola. Tus ojos y mis ojos se han subido al haiku del anhelo: ‘Once… Impar y negro…’ Estás radiante. Pletórica. Me acerco a darte un beso…, pero me quedo quieto, paralizado, al ver tu guiño alegre, sonriente, al verso bien medido y bien trabado del nuevo crupier del diccionario: mi amigo Luís Alberto… 

Narciuß
26.07.2008
Relatos por palabras

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